SALMO de David cuando le perseguia su hijo Absalon. ¡Oh Señor!, escucha benigno mi oración; presta oídos a mi súplica, según la verdad de tus promesas; óyeme por tu misericordia. 2 Mas no quieres entrar en juicio con tu siervo; porque ningún viviente puede aparecer justo en tu presencia.

3 Ya ves cómo el enemigo ha perseguido mi alma; abatida tiene hasta el suelo la vida mía. Me ha confinado en lugares tenebrosos, como a los que murieron hace ya un siglo. 4 Mi espíritu padece terribles angustias; está mi corazón en continua zozobra. 5 Mas me acordé luego de los días antiguos; me puse a meditar todas tus obras; ponderaba los efectos maravillosos de tu poder. 6 Levanté mis manos hacia ti como tierra falta de agua, así está por ti suspirando el alma mía.

7 Oyeme luego, ¡oh Señor!, mi espíritu ha desfallecido. No retires de mí tu rostro; haz que no haya de contarme ya entre los muertos. 8 Hazme sentir cuanto antes tu misericordia, pues en ti he puesto mi esperanza. Muéstrame el camino que debo seguir, ya que hacia ti he levantado mi corazón. 9 Líbrame, ¡oh Señor!, de mis enemigos; a ti me acojo. 10 Enséñame a cumplir tu voluntad, pues tú eres mi Dios. Entonces tu espíritu es infinitamente bueno, me conducirá a la tierra de la rectitud y santidad. 11 Por amor de tu Nombre, ¡oh Señor!, me darás la vida, según la justicia de tus promesas. A mi alma la sacarás de la tribulación, 12 y por tu misericordia disiparás a mis enemigos; y perderás a todos los que afligen el alma mía, puesto que siervo tuyo soy.
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