UANDO te sentares a comer con un príncipe, repara con atención lo que te ponen delante.
Y si es que dominas tu apetito, aplica el cuchillo como para tapar tu garganta.
No apetezcas sus exquisitas viandas, pues son un manjar engañoso.
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No te afanes por enriquecerte, antes bien pon coto a tu industria.
No pongas tus ojos en las riquezas que no puedes adquirir; porque ellas tomarán alas como de águila, y se irán volando por el aire.
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No vayas a comer con el hombre envidioso, ni desees su mesa;
puesto que, a manera de adivino y astrólogo, está calculando de antemano lo que aún no sabe que le gastarás. Come y bebe, te dirá él; mas su corazón no está contigo.
Vomitarás cuanto comiste, y habrás desperdiciado tu amena conversación.
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No te metas a discurrir en presencia de los necios; porque despreciarán tus juiciosos razonamientos.
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No cambies los linderos de los menores de edad, ni te metas en la herencia de los huérfanos;
porque es su curador el Todopoderoso, y defenderá contra ti la causa de ellos.
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Que se aplique tu corazón a la doctrina, y tus oídos a las máximas de sabiduría.
No escasees la corrección al muchacho, pues aunque le des algún castigo, no morirá.
Aplícale la vara del castigo, y librarás su alma del infierno.
Hijo mío, si tu alma poseyere la sabiduría, mi corazón se regocijará con el tuyo;
y saltarán de júbilo mis entrañas cuando proferirán tus labios razonamientos rectos.
No envidie tu corazón a los pecadores; sino mantente siempre firme en el temor del Señor,
con lo que al fin lograrás cuanto esperas; no quedarán burladas tus esperanzas.
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Escucha, ¡oh hijo mío!, y serás sabio, y enderezarás tu corazón por el camino recto.
No asistas a los convites de los borrachos, ni a las comilonas de aquellos que contribuyen para los banquetes;
porque con la frecuencia de beber y de pagar vendrán a arruinarse, y su soñolienta desidia los reducirá a ser unos andrajosos.
Escucha a tu padre que te dio la vida, y no desprecies a tu madre cuando se hallare en la vejez.
Procura adquirir a toda costa la verdad, y nunca te desprendas de la sabiduría, de la doctrina, ni de la inteligencia.
Salta de júbilo el padre del justo; quien engendró un hijo sabio, hallará en él su consuelo.
Tengan este gozo tu padre y tu madre, y salte de placer la que te vio nacer.
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Dame, ¡oh hijo mío!, tu corazón, y fija tus ojos en mis santos caminos;
visto que la ramera es una sima profunda, y un estrecho pozo la adúltera.
Ella acecha en el camino, como un salteador; y a cuantos incautos pasan, les quita la vida.
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¿Para quién son los ayes?; ¿para qué padre son las desdichas?; ¿contra quién serán las riñas?; ¿para quién los precipicios?; ¿para quién las heridas sin motivo alguno?; ¿quién trae los ojos encendidos?
¿No son éstos los dados al vino, y los que hallan sus delicias en apurar copas?
¡Ah!, no mires al vino cuando se pone rojo, cuando resalta su color en el vidrio; él entra suavemente.
Mas a la postre muerde como culebra, y esparce veneno como el áspid.
Se irán después tus ojos tras la mujer de otro, y prorrumpirá tu corazón en palabras perversas e indecentes.
Y vendrás a ser como el que está dormido en medio del borrascoso mar, y como el piloto soñoliento que ha perdido el timón;
y al cabo dirás: Me han azotado, pero no me han dolido los azotes; me arrastraron, mas yo nada he sentido: ¿cuándo quedaré despejado para volver a beber?
Padre
Hijo
Espíritu Santo
Ángeles
Satanás
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Referencia
Ilustración
Atlas