HIJO mío, si incautamente saliste por fiador de tu amigo, y has ligado tu mano con un extraño, 2 tú te has enlazado mediante las palabras de tu boca, y ellas han sido el lazo en que has quedado preso. 3 Haz, pues, hijo mío, lo que te digo, y líbrate a ti mismo, ya que has caído en manos de tu prójimo: corre de una a otra parte, apresúrate, despierta a tu amigo, 4 no concedas sueño a tus ojos, ni dejes que se cierren tus párpados. 5 Sálvate como el gamo que escapa de la trampa, y como el pájaro de las manos del cazador.

6 Anda, ¡oh perezoso!, mira la hormiga, y considera su obrar, y aprende a ser sabio. 7 Ella, sin tener guía, ni maestro, ni caudillo, 8 se provee de alimento durante el verano, y recoge su comida al tiempo de la siega. 9 ¿Hasta cuándo has de dormir tú, oh perezoso? ¿Cuándo despertarás de tu sueño? 10 Tú dormirás un poquito, otro poquito dormitarás, otro cruzarás tus manos para dormir,

11 y he aquí que vendrá sobre ti la indigencia como un salteador de camino, y la pobreza como un hombre armado. Al contrario, si fueres diligente, tus cosechas serán como un manantial, perenne, y huirá lejos de ti la miseria.

12 El hombre apóstata es un hombre perniciosísimo; no habla más que iniquidades: 13 Guiña los ojos, hace señas con el pie, habla con los dedos, 14 maquina el mal en su depravado corazón, y en todo tiempo siembra discordias. 15 De repente le vendrá a éste su perdición, y súbitamente quedará hecho añicos, sin que tenga ya remedio.

16 Seis son las cosas que abomina el Señor, y otra además le es destestable. 17 Los ojos altaneros, la lengua mentirosa, las manos que derraman la sangre inocente, 18 el corazón que maquina perversos designios, los pies ligeros para correr al mal, 19 el testigo falso que forja embustes, y el que siembra discordias entre hermanos.

20 Observa, hijo mío, los preceptos de tu padre, y no abandones la ley o los documentos de tu madre. 21 Tenlos siempre grabados en tu corazón, y te sirvan como collar precioso. 22 Cuando caminares vayan contigo, te guarden cuando durmieres, y despertando conversa con ellos; 23 pues el mandamiento de tu padre es a manera de antorcha, y la ley o instrucciones de tu madre como una luz, y la corrección que conserva a los jóvenes en la disciplina, es el camino de la vida,

24 para que te libren de la mala mujer, y del lenguaje zalamero de la extraña. 25 No codicie tu corazón la hermosura de éstas, ni te cautiven sus miradas; 26 porque el precio de la meretriz apenas es el precio de un pan; mas esa mujer adúltera cautiva la preciosa alma del hombre. 27 ¿Por ventura puede un hombre esconder el fuego en su seno, sin que ardan sus vestidos? 28 ¿O andar sobre las ascuas, sin quemarse las plantas de los pies? 29 Así el que se llega a la mujer ajena, tocándola quedará manchado. 30 No es tan gran culpa el que uno hurte, pues que hurta para saciar su hambre. 31 Con todo eso, si lo cogen, lo pagará con las setenas, y tendrá que dar todos los haberes de su casa. 32 Pero el adúltero acarrea con su insensatez la perdición a su alma: 33 Va acumulando para sí oprobios e ignominias, y jamás se borrará su infamia; 34 porque los celos y furor del marido no le perdonarán hallando coyuntura de venganza; 35 ni se aplacará por súplicas de nadie, ni aceptará en insatisfacción dones, por muchos que sean.
Padre
Hijo
Espíritu Santo
Ángeles
Satanás
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Ilustración
Atlas