DVIRTIENDO, pues, Joab, hijo de Sarvia, que el corazón del rey se inclinaba ya a Absalón,
envió a Tecua, e hizo venir de allí una mujer, sagaz, a la cual dijo: Finge que estás de duelo, y ponte un vestido de luto, y no te unjas, a fin de que parezcas ser una mujer que hace muchísimo tiempo está de duelo por un difunto.
Y te presentarás ante el rey y le dirás esto y esto. Y la instruyó Joab en todo lo que había de decir.
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Así, pues, presentándose la mujer de Tecua al rey, se postró en tierra delante de él, y haciéndole profunda reverencia le dijo: ¡Oh rey, sálvame!
Le dijo el rey: ¿Qué es lo que tienes? ¡Ay de mí!, respondió ella, soy una mujer viuda; pues se me ha muerto mi marido.
Tenía tu sierva dos hijos, que riñeron entre sí en el campo, donde no había nadie que pudiese separarlos, y el uno hirió al otro, y lo mató.
Y he aquí que ahora toda la parentela conjurándose contra tu sierva, dice: Entréganos el que mató a su hermano, para hacerle morir en venganza de la sangre de su hermano y a quien quitó la vida; y acabemos con ese heredero. De esta suerte pretenden extinguir la sola centella que me había quedado, para que no reste de mi marido nombre ni reliquia sobre la tierra.
Respondió el rey a la mujer: Vete a tu casa, que yo daré providencia en favor tuyo.
Replicó la mujer tecuita al rey: Recaiga sobre mí la culpa, oh rey y señor mío, y sobre la casa de mi padre; y queden sin ella el rey y su trono.
Dijo el rey: Si alguno se metiere contigo, hazlo venir delante de mí, que no se atreverá a incomodarte más.
Añadió ella: Por el Señor Dios suyo, pido al rey que reprima con su autoridad la multitud de parientes que quieren vengar con la muerte de mi hijo la sangre del difunto, y haga que no le maten de manera alguna. Le dijo el rey: Vive Dios que no caerá ni un cabello de tu hijo.
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Dijo entonces la mujer: Permita mi rey y señor que esta sierva le hable una palabra. Habla, respondió el rey.
Dijo, pues la mujer: ¿Cómo señor, has pensado tú hacer lo mismo en daño del pueblo de Dios? y ¿por qué ha resuelto el rey hacer ese mal, en lugar de hacer volver a su hijo del destierro?
Todos nos vamos muriendo, y deslizando como el agua derramada por la tierra, la cual nunca vuelve atrás; ni Dios quiere que perezca ningún hombre, antes bien está propenso siempre a revocar la sentencia, a fin de que no perezca enteramente el que está abatido.
Por esto, pues, he venido yo ahora a proponer a mi rey y señor esta súplica en presencia del pueblo. Porque dijo tu sierva: Hablaré al rey, a ver si de algún modo puedo obtener la gracia que le pediré.
En efecto, el rey me la ha otorgado, librando a su sierva de las manos que todos aquellos que intentaban exterminarnos a mí y a mi hijo de la heredad o pueblo de Dios.
Con que bien podrá suplicar tu esclava que la palabra del rey mi señor a favor de mi hijo, se cumpla a favor de Absalón, como un sacrificio acepto a Dios; porque mi señor rey es como un ángel de Dios, que no se mueve ni por bendiciones o aplausos , ni por maldiciones. De aquí es que el Señor Dios tuyo está contigo.
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A lo que respondió el rey a la mujer: No me ocultes nada de lo que voy a preguntarte. Y ella: Hablad mi rey y señor.
¿No es verdad, prosiguió el rey, que todo lo que me has dicho es cosa dispuesta por Joab? Respondió la mujer, y dijo: Por vida tuya (que Dios conserve), oh mi rey y señor, que has dado directamente en el blanco; pues realmente tu siervo Joab es el mismo que me lo ha mandado, y el que ha puesto en boca de tu sierva todas las palabras que te ha dicho.
La parábola de que me he valido, quien la ha dispuesto ha sido tu siervo Joab. Mas tú, oh rey mi señor, eres sabio como lo es un ángel de Dios, para entender todas las cosas del mundo.
Dijo entonces el rey a Joab: Concedo la gracia que pides; anda pues, y haz volver a mi hijo Absalón.
Aquí Joab, postrándose en tierra sobre su rostro, hizo una profunda reverencia al rey, le dio las gracias, y añadió: Oh rey y señor mío, hoy ha reconocido tu siervo que ha hallado gracia en tus ojos; pues que has otorgado la súplica que te he hecho.
En seguida se levantó Joab, y pasó a Gesur, de donde se trajo a Absalón a Jerusalén .
Pero el rey había dicho: Vuelva a su casa; mas no comparezca en mi presencia. Volvió, pues, Absalón a su casa; mas no vio la cara al rey.
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No había en todo Israel hombre tan hermoso, ni de tan gallarda presencia como Absalón; desde la coronilla de la cabeza, no había en él el menor defecto.
Cuando se cortaba el cabello (que lo ejecutaba una vez al año, pues le incomodaba la cabellera), pesaban los cabellos de su cabeza o se apreciaban en doscientos siclos del peso común.
Tuvo Absalón tres hijos y una hija llamada Tamar, de extremada hermosura.
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Hacía dos años que estaba Absalón en Jerusalén , y no había visto la cara del rey.
Mandó, pues, llamar a Joab para enviarle al rey, y no quiso venir. Despachándole segundo recado, y no queriendo venir tampoco,
dijo a sus criados: Ya sabéis el campo de Joab, que linda con el mío, donde la cebada está para segarse; id y pegadle fuego. Al punto los criados de Absalón prendieron fuego a las mieses. Y viniendo los criados de Joab, rasgados sus vestidos, le dijeron: Los criados de Absalón han puesto fuego a una parte de tu campo.
Fue pues, Joab a casa de Absalón. Y le dijo: ¿Por qué razón tus criados han puesto fuego a mis mieses?
Le respondió Absalón: Es que yo envié a llamarte, rogándote que vinieras, para que dijeses de mi parte al rey: ¿A qué fin he vuelto de Gesur? Para esto me era mejor estarme allí. Alcánzame, pues, la gracia de que pueda ver la cara del rey; y que si aún recuerda mi delito, quíteme la vida.
Entonces Joab presentándose al rey le dio cuenta de todo esto; después de lo cual fue llamado Absalón, que entró donde el rey estaba, y arrojándose a sus pies lo adoró, y el rey besó a Absalón.
Padre
Hijo
Espíritu Santo
Ángeles
Satanás
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Ilustración
Atlas