REPLICANDO Job a esto, dijo: 2 ¿Hasta cuándo habéis de afligir mi alma, y molerme con esos discursos? 3 Ya por la décima o milésima vez os empeñáis en confundirme, y no os avergonzáis de oprimirme. 4 Demos enhorabuena que yo haya errado en mis respuestas; el yerro mío contra mí será. 5 Pero vosotros os erguís contra mí, y me echáis en cara las humillaciones que padezco.

6 Al menos entended de una vez, que Dios no me atribula, ni descarga sobre mí sus azotes, según la tela de juicio. 7 Mas ¡ay! Si en la violencia de los dolores que padezco, clamo altamente, nadie me escucha; voceo y no hay quien me haga justicia. 8 El Señor ha cerrado por todas partes la senda de dolor por la cual ando; y no hallo por dónde salir, pues ha cubierto de tinieblas el camino que llevo. 9 Me despojó de mi gloria, y me quitó la corona de la cabeza. 10 Me arruinó del todo, y así perezco, y como a un árbol arrancado de raíz, me ha privado de toda mi esperanza. 11 Su furor está encendido contra mí, y me trata como a enemigo. 12 Vinieron de tropel sus tropas de gastadores, y se abrieron un camino para pasar por encima de mí y hollarme, y sitiaron con cerco mi morada. 13 A mis hermanos los alejó de mí; y los conocidos míos se retiraron de mí como si fuesen extraños. 14 Los parientes me han abandonado, y los que me conocían se han olvidado de mí. 15 Los que moraban en mi casa, y mis propias criadas me han tratado como a extraño, y he parecido a sus ojos como un hombre nunca visto. 16 He llamado a mi siervo, y no me ha respondido por más plegarias que le hacía con mi propia boca. 17 Mi mujer ha tenido asco de mi hálito, y he tenido que presentar súplicas a los hijos de mis entrañas. 18 Aun los tontos me despreciaban, y a espaldas mías murmuraban de mí. 19 Los que en otro tiempo eran mis consejeros, me abominaban; y el amigo a quien más amaba, ése me ha vuelto las espaldas. 20 Mis huesos, consumidas ya las carnes, están pegados a mi piel, y sólo me han quedado los labios en torno de mis dientes.

21 Compadeceos de mí, al menos vosotros que sois mis amigos, compadeceos de mí; ya que la mano del Señor me ha herido. 22 ¿Por qué me perseguís vosotros como si estuvieseis en lugar de Dios, y os cebáis en mis carnes? 23 ¡Oh! ¿Quién me diera que las palabras que voy a proferir se quedasen escritas? ¿Quién me diera que se imprimiesen en libro o tablilla, 24 con punzón de hierro, y se esculpiesen en planchas de plomo, o con el cincel se grabasen en pedernal?

25 Porque yo sé que vive mi redentor, y que yo he de resucitar del polvo de la tierra en el último día, 26 y de nuevo he de ser revestido de esta piel mía, y en esta mi carne veré a mi Dios; 27 a quien he de ver yo mismo en persona y no por medio de otro, y a quien contemplarán los mismos ojos míos. Esta es la esperanza que en mi pecho tengo depositada.

28 Pues, ¿por qué decís ahora vosotros: Persigámosle, y agarrémonos de algún dicho principal suyo para acusarle y calumniarle? 29 Huid del filo de la espada de Dios; porque hay una espada vengadora de las injusticias y calumnias; y tened entendido que hay un juicio.
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