ENTRETANTO, Señor, gozaban tus santos, o escogidos, de una grandísima luz; y oían las voces de los egipcios, pero sin verlos. Y te daban a ti la gloria de que no padecían las mismas angustias,

2 tributándote gracias porque no eran maltratados de ellos, como antes lo habían sido; y te pedían la merced de que subsistiese esta diferencia. 3 Por lo cual al ir por un camino desconocido tuvieron por guía una luminosa columna de fuego haciendo tú que brillara sobre ellos un sol que no les incomodaba en el descanso de sus mansiones.

4 A la verdad bien merecían los otros quedar privados de las luz y padecer una cárcel de tinieblas, ya que tenían encarcelados a tus hijos, por cuyo medio se comenzaba a comunicar al mundo la luz inmaculada de la ley. 5 Y cuando resolvieron el quitar la vida a los infantes de los justos, y libraste para castigo suyo a Moisés, uno de ellos que había sido expuesto sobre las aguas, tú les quitaste muchísimos de sus hijos; y a ellos mismos los ahogaste en los abismos de las aguas.

6 Fue aquella noche previamente anunciada a nuestros padres para que conociendo por este suceso la verdad de las promesas juradas por ti, a que habían dado crédito, estuviesen más confiados. 7 Y con esto vio tu pueblo a un mismo tiempo las salvación de los justos y el exterminio de los malvados. 8 Que así como castigaste a los enemigos, así a nosotros nos ensalzaste llamándonos a tu servicio.

9 Porque los justos israelitas, hijos de los santos patriarcas, te ofrecían en secreto el sacrificio del cordero, y de común acuerdo establecieron esta ley de justicia, que los justos se ofrecían recibir igualmente los bienes como los males, cantando ya los himnos de los patriarcas. 10 Mientras tanto resonaban los desentonados gritos de los enemigos, y se oía el llanto de los que se lamentaban por la muerte de los niños, 11 estando afligidos con la misma pena el esclavo y el amo, y padeciendo el mismo castigo el hombre plebeyo que el rey.

12 Todos, pues, igualmente tenían el dolor de ver innumerables muertos, que habían perecido con el mismo género de muerte; y no ya bastaban los vivos para enterrarlos; pues en un momento fue extirpada la más noble porción de su prole. 13 Entonces los que antes a ninguna cosa creían (por engaño de los hechiceros), luego que acaeció el exterminio de los primogénitos reconocieron que aquel era el pueblo de Dios.

14 Y cuando un tranquilo silencio ocupaba todas las cosas, y la noche, siguiendo su curso, se hallaba en la mitad del camino, 15 tu omnipotente palabra, ¡oh Señor!, desde el cielo, desde tu real solio, cual terrible campeón, saltó de repente en medio de la tierra condenada al exterminio;

16 y con una aguda espada que traía tu irresistible decreto, a su llegada derramó por todas partes la muerte; y estando sobre la tierra alcanzaba hasta el cielo. 17 Entonces visiones de sueños funestos los llenaron de turbación, y los sobrecogieron imprevistos temores. 18 Y arrojados medio muertos unos en una parte, otros en otra, mostraban la causa de su muerte; 19 porque los mismos fantasmas que los habían turbado, los habían antes advertido de esto, a fin de que no muriesen sin saber la causa del castigo que padecían.

20 También los justos o israelitas estuvieron un tiempo en peligro de muerte; y la muchedumbre experimentó calamidades en el desierto; pero no duró mucho tu enojo. 21 Porque acudió a toda prisa un varón irreprensible a interceder por el pueblo; levantó Aarón el escudo de su sagrado ministerio, la oración, y presentando con el incienso la súplica, contrastó a la ira, y puso fin al azote, mostrando ser siervo tuyo.

22 Calmó luego el desorden y no con las fuerzas del cuerpo, ni con el poder de las armas, sino con la sola palabra desarmó al ángel exterminador que lo afligía, haciendo presente a Dios los juramentos y alianza hecha con los patriarcas; 23 porque cuando ya los israelitas caían muertos a montones unos sobre otros, se puso Aarón de por medio, y cortó la cólera y le impidió pasar hacia los vivos. 24 Por cuanto en la vestidura talar que llevaba estaba simbolizado todo el mundo; como también los gloriosos nombres de los patriarcas estaban esculpidos en los cuatro órdenes de piedras, y grabado en la tiara de su cabeza tu gran e inefable Nombre.

25 A estas cosas, pues, cedió el exterminador, y las respetó; pues bastaba ya esta sola muestra del enojo de Dios.
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