SALMO de David, estando en el desierto de Iduméa 2 ¡Dios mío, oh mi Dios!, a ti aspiro, y me dirijo desde que apunta la aurora. De ti está sedienta el alma mía. ¡Y de cuántas maneras lo está también este mi cuerpo! 3 En esta tierra desierta, intransitable y sin agua, me pongo en tu presencia, como si me hallara en el santuario, para contemplar tu poder y la gloria tuya. 4 Más apreciable es que mil vidas tu misericordia; por tanto se ocuparán mis labios en tu alabanza. 5 Por esto te bendeciré toda mi vida, y alzaré mis manos invocando tu Nombre. 6 Quede mi alma bien llena de ti, como de un manjar jugoso; y entonces con labios que rebosen de júbilo, te cantará mi boca himnos de alabanza. 7 Me acordaba de ti en mi lecho; en ti meditaba luego que amanecía; 8 pues tú eres mi amparo, y a la sombra de tus alas me regocijaré. 9 En pos de ti va anhelando el alma mía; me ha protegido tu diestra. 10 En vano han buscado cómo quitarme la vida; entrarán en las cavernas más profundas de la tierra: 11 Entregados serán a los filos de la espada; serán pasto de las zorras. 12 Entretanto el rey se regocijará en Dios: loados serán aquellos que le juran; porque quedó así tapada la boca de todos los que hablaban inicuamente.
Padre
Hijo
Espíritu Santo
Ángeles
Satanás
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Ilustración
Atlas