EL Señor me habló de esta manera: Ve y cómprate una faja de lino, y cíñete con ella, y no dejes que toque el agua. 2 Compré, pues, la faja, según la orden del Señor, y me la ceñí al cuerpo por la cintura. 3 Y me habló de nuevo el Señor, diciendo: 4 Quítate la faja que compraste y tienes ceñida sobre los lomos, y marcha, y ve al Eufrates, y escóndela allí en el agujero de una peña. 5 Marché, pues, y la escondí junto al Eufrates, como el Señor me lo había ordenado. 6 Pasados muchos días, me dijo el Señor: Anda y ve al Eufrates, y toma la faja que yo te mandé que escondieras allí. 7 Fui, pues, al Eufrates, y abrí el agujero, y saqué la faja del lugar en que la había escondido, y hallé que estaba ya podrida, de suerte que no era útil para uso alguno. 8 Entonces me habló el Señor, diciendo: 9 Esto dice el Señor: Así haré yo que se pudra la soberbia de Judá y el gran orgullo de Jerusalén . 10 Esta pésima gente, que no quiere oír mis palabras, y prosigue con su depravado corazón, y se ha ido en pos de los dioses ajenos para servirlos y adorarlos, vendrá a ser como esa faja, que para nada es buena. 11 Y eso que al modo que una faja se aprieta a la cintura del hombre, así había yo unido estrechamente conmigo, dice el Señor, a toda la casa de Israel y a toda la casa de Judá, para que fuesen el pueblo mío, y para ser yo allí conocido, y alabado, y glorificado; y ellos, a pesar de eso, no quisieron escucharme.

12 Por tanto les dirás estas palabras: Esto dice el Señor Dios de Israel: Todas las vasijas serán llenadas de vino. Y ellos te responderán: ¿Acaso no sabemos que en años abundantes se llenan de vino todos los vasos? 13 Y tú entonces les dirás: Así habla el Señor: Pues mirad, yo llenaré de embriaguez a todos los habitantes de esta tierra, y a los reyes de la estirpe de David, que están sentados sobre su solio, y a los sacerdotes y profetas, y a todos los moradores de Jerusalén ; 14 y los desparramaré entre las naciones, dice el Señor, separando el hermano de su hermano, y los padres de sus hijos; no perdonaré, ni me aplacaré, ni me moveré a compasión para dejar de destruirlos.

15 Oíd, pues, y escuchad con atención: No queráis ensoberbeceros confiando en vuestras fuerzas, porque el Señor es quien ha hablado. 16 Al contrario, dad gloria al Señor Dios vuestro, arrepentíos antes que vengan las tinieblas de la tribulación, y antes que tropiecen vuestros pies en montes cubiertos de espesas nieblas; entonces esperaréis la luz, y la trocará el Señor en sombra de muerte y en oscuridad. 17 Que si no obedeciereis en esto, llorará mi alma en secreto, al ver vuestra soberbia; llorará amargamente, y mis ojos derramarán arroyos de lágrimas, por haber sido cautivada la grey del Señor.

18 Di al rey y a la reina: Humillaos, sentaos en el suelo, poneos de luto, porque se os cae ya de la cabeza la corona de vuestra gloria. 19 Las ciudades del mediodía están cerradas, sin que haya un habitante que las abra; toda la tribu de Judá ha sido conducida fuera de su tierra y ha sido general la trasmigración. 20 Levantad los ojos y mirad ¡oh vosotros que venís del lado del septentrión! ¿En dónde está, diréis a Jerusalén , aquella grey que se te encomendó, aquel tu esclarecido rebaño?

21 ¿Qué dirás cuando Dios te llame a tomar cuentas puesto que tú amaestraste contra ti a los enemigos, y los instruiste para tu perdición. ¡Cómo no te han de asaltar dolores, semejantes a los de una mujer que está de parto! 22 Que si dijeres en tu corazón: ¿Por qué me han acontecido a mí tales cosas? Sábete que por tus grandes vicios han quedado descubiertas tus vergüenzas, y manchadas tus plantas.

23 Si el negro etíope puede cambiar su piel, o el leopardo sus varias manchas, podréis también vosotros obrar bien, después de avezados al mal. 24 Y por eso, dice el Señor: Yo los desparramaré, como paja menuda que el viento arrebata al desierto. 25 Tal es la suerte que te espera, ¡oh Jerusalén !, y la porción o paga que de mí recibirás, dice el Señor, por haberte olvidado de mí, apoyándote en la mentira. 26 Por lo cual yo mismo manifesté tus deshonestidades delante de tu cara, y se hizo patente tu ignominia, 27 tus adulterios, y tu furiosa concupiscencia, en fin, la impía fornicación o idolatría tuya. En el campo y sobre las colinas vi yo tus abominaciones. ¡Desdichada Jerusalén ! ¿Y aún no querrás purificarte siguiéndome a mí sin dudar? ¿Hasta cuándo aguardas para hacerlo?
Padre
Hijo
Espíritu Santo
Ángeles
Satanás
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Ilustración
Atlas